jueves, 25 de diciembre de 2014

— Capítulo 12; ESPECIAL NAVIDAD —

Eder llegó alterado aquella tarde, yo estaba tirada en cama disimulando que no me había enterado de nada. Noté su respiración acelerada por las escaleras, sus pisotones firmes y rápidos, en cualquier instante abriría la puerta.
Pero no fue así, aquel pomo no se movía, la puerta no se abrió.
¿Qué estaría sucediendo? ¿Por qué tardaba tanto Eder en entrar mi habitación? ¿A qué esperaba? Yo le escuchaba al otro lado de la puerta. Notaba su silueta ahí detrás, su presencia, y es que su respiración acelerada le delataba.
Me dispuse a levantarme de cama, me asomé a la ventana. Aquella chica, cuyo nombre ahora ya conocía, Elizabeth, estaba en la acera de en frente, aquella chica sabía algo. Por un instante casi me ve, casi cruzamos miradas pero, me agaché con la esperanza de que no llegase a reparar en mí, aunque si bien lo pienso a lo mejor ella venía a ayudarme, a sacarme de aquí. No sé. No sé si me vio, si me distinguió entre las sombras. Hice que se corriera la cortina. Fui a gatas hasta la puerta, me senté contra ella, me sentía como una niña pequeña jugando al escondite. Me puse de pie, y entonces abrí la puerta y Eder chocó contra mí, ambos nos habíamos decidido a abrir la puerta al mismo tiempo, casualidades.
-          Ruth, ¿han llamado a la puerta esta tarde? — no sabía si decir la verdad o si mentir y hacerme la loca, cosa que ya estaba. Estuve callado un buen rato, viendo como en su mirada se mostraba preocupación y miedo.
-          ¡RUTH! — Me agarró por los brazos y me dio un par de meneos para que reaccionase y le respondiese. Y sin pensar dije.
-          No sé, llevo un par de horas durmiendo. — era una mentira piadosa, quizás colaba, quizás no, al fin y al cabo, ahora me notaba tan desorientada como cuando duermo una siesta.
-          Ha venido una chica. — no me esperaba más conversación, y menos que me dijese eso. — mi ex. No quiero que le abras, ni quiero que sepa que estás aquí, no quiero que nadie sepa que estás aquí. Nadie. O volverás de dónde has vuelto, y no haré nada por sacarte de allí. De hecho, nadie sabe que fui yo quién te sacó de allí.
-          Eder, tengo muchas preguntas. Necesito saber respuestas, necesito pedirte favores, necesito…
-          Lo sé, pero poco a poco. Haz tus preguntas, yo veré cuales son las oportunas, a cuales te responderé y a cuales tendrás que seguir esperando su respuesta. Y favores, depende.
-          Quiero chocolate. Quiero ropa nueva. Y libros. Eso sé que me lo puedes dar. Y mi primera pregunta es simple, quisiera saber a qué día estamos, las calles están preciosas. — esbozó una sonrisa. Pero no dijo nada.
Se giró. Bajó las escaleras, escuché como abrió la puerta principal, y se cerró de un golpe al instante. Pero, ¿qué pasó? Solo había preguntado qué día era hoy, y pedido cosas como un niño pequeño a su madre. No sabía si correr detrás de él, si quedarme allí… Y allí plantada me quedé, aunque no mucho tiempo, no tardó mucho en regresar a casa, y desde la planta de abajo gritó mi nombre. Bajé corriendo. Sabía que estábamos en invierno, pues las calles estaban cubiertas de nieve y además que estábamos en la época más especial del año, navidad, pues las luces decoraban cada rincón. Eder trajo un árbol en una mano y en la otra una bolsa a rebosar de adornos.
-          No sabía si te gusta esta época, quise volver antes, y poder decorar la casa con tiempo. Hoy… Hoy es Nochebuena  Ruth. Y todo lo que me has pedido lo tendrás mañana bajo el árbol.
Eder a veces me asustaba, y otras, otras parecía que me cuidaba como un hermano mayor, como si fuese alguien muy importante.
-          ¿Quieres ayudarme con esto o te vas a quedar ahí, observando la situación?
Nos pusimos a montar el árbol, a decorarlo, a decorar la casa. Al fin, al fin sabía a qué día me encontraba. Después de tanto tiempo. Pero no sé si alegrarme por ello o no, ya que anteriormente esta época era muy importante para mí, pero ahora, ahora no están, y…lágrimas se escaparon por mis mejillas y me escapé al baño para que Eder no se percatase.
Encerrada en el baño me vi en frente al espejo, y me vino a la mente a esa niña pequeña, que era feliz cuando llegaba Papá Noel, a esa niña pequeña que hacía sus propios regalos para la familia. Y joder, de esa niña no queda nada, absolutamente nada, ni familia… Abrí los ojos y vi que ya no era yo, que desde que estuve en el psiquiátrico había adelgazado, mi pelo negro había perdido brillo, intensidad, volumen. Que mis ojos verdes estaban hundidos en unas inmensas ojeras de mil noches sin dormir. Lágrimas seguían corriendo por mis mejillas, sin cesar. Me lavé la cara, me senté en el suelo, no podía seguir observándome. De nuevo cerré los ojos. Y ahora, ahora solo veía a mi hermana, con su sonrisa tan brillante, con sus ojitos de niña inocente, corriendo a abrazarme; a mi padre, de brazos cruzados pero con esa sonrisa que insinuaba que todo iba bien; y a mi madre, a mi madre abrazándome por la espalda, besándome una oreja y susurrándome que Papá Noel no tardaría en venir.
¡Toc,toc!
-          Ruth, ¿estás bien? Llevas ahí demasiado tiempo.
-          Sí…— mentí, intentando disimular la voz llorosa.
-          Tengo que salir, estaré de vuelta para la cena. No prepares nada, ¿entendido?
-          Vale…
¿Sería Eder mi única familia? Salí del baño antes de que se fuese, ya estaba abajo, y yo desde las escaleras, sin bajar apenas dos peldaños le hablé.
-          Tengo otra pregunta. — No sabía muy bien cómo formularla, pero sin pensar le dije— ¿Y Matt, no podrías sacarle de allí también?
Su rostro cambió, su mirada se volvió oscura. Sus cejas se arquearon. Solo mostraba enojo.
Hubo un largo silencio, hasta que de repente comenzaron a sonar sirenas, las cuales se aproximaron a casa demasiado rápido, yo iba a bajar las escaleras, él se aceleró.
-          Ruth, escóndete.
Vehículos de policía frenaron en la entrada, la puerta se abrió de una patada. Policías gritaban. Me iba a esconder, pero entonces, de tanto sobresalto me falló un pie, me torcí el tobillo y me caí por las escaleras. Solo pude ver como arrestaban a Eder. Mi Nochebuena se convertía en un mayor desastre. Quizás después de esto me encontraría de nuevo en el manicomio.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

— Capítulo 11 —

No sé qué ostia estoy haciendo. No sé por qué no la maté a ella también. No sé. ¿Por qué esa niñata me hizo sentir tan débil el día que me crucé con ella? ¿Por qué no tuve el valor de matarla junta a su familia?
Ahora sólo sé que la tengo en mi casa, apartada del mundo entero, aunque ya lo estaba antes. Pero por mi bien, lo mejor es tenerla cerca, desorientarla más, hacer que pierda la cabeza por completo, y que nunca se interese por saber quién era el paciente con el que estuvo aquella noche, Matt.
A veces siento el deseo de besarla. De quitarle la poca ropa que lleva y hacerla mía. Siento la necesidad de hacerla gemir, de sentir su cuerpo rozando el mío.
A veces creo que llevo los genes de mi padre en cada parte de mi cuerpo. Abusador. Violador. Psicópata. Pero no, no quiero, mejor dicho, no puedo hacerle daño, soy incapaz y eso me revienta, porque debí haberlo hecho en su momento y así no me daría más problemas.
Quizás el que acabe demente sea yo. Mi vida se basa en dos identidades que a veces confundo, a veces me creo las mentiras que le voy a contar a Ruth.
A veces no sé si soy John, o si soy Eder. Sé que soy un asesino, con ganas de más. John. Pero que también sé que soy alguien indefenso cuando ve a Ruth, esa muchacha con la que comparto sangre. Eder.
Nadie conoce mi yo oscuro, y siendo un policía aún menos. Todos me conocen como Eder. Mis padres llegaron a desconfiar de mí cuando se produjo el asesinato de la familia. Pero desistieron cuando en las noticias afirmaban una y otra vez que la hija era esquizofrénica, cosa que fue tergiversada.
No sé qué opinará Ruth de todo lo que ha sucedido en su vida estos últimos días, no sé si quiere saber quién era Matt, no sé qué opina de mí. La he puesto a prueba. La dejaré en casa varios días, a ella sola. Y a mi llegada me sentaré a su lado y comenzaré a escuchar todas sus preguntas. Me convertiré en su aliado. Porque no quiero que desconfíe de mí, en ningún instante. Me portaré como su hermano, paradójico, pero lo haré.











Joder, los días pasan y aquí no aparece Eder. Comienzo a cansarme. Me gustaría poder salir y hacer una compra. La comida no es que me desagrade, pero tampoco es de mi mayor agrado. Me siento incluso más sola que en el manicomio, y esto es preocupante.
Esta casa es enorme, pero sombría. Aterradora. Por las noches las ventanas se agitan con el viento. El techo hace ruidos, y si me levanto de madrugada es suelo chirría, como si estuvieses matando a alguien. Parece esa típica casa sacada de las pelis de terror, que a mí tanto me gustaban, pero que empiezo a sentirles pavor.
Está rodeada de árboles, enormes, que no dejan de moverse, y las ramas azotan en la ventana de mi habitación. Me siento como una niña pequeña, con ganas de salir corriendo de mi cama y meterme en la de mis padres, pero no están, ni ellos, ni nadie.
Desolada. Perdida. Desconsolada.
No sé ni cómo me siento.
Sigo echando de menos a Matt, y eso que sólo fue una noche en la que compartimos minutos.
Ojalá fuera él quién me trajo aquí y no Eder. No me gusta esto.
¿Y si no regresa? ¿Y si me ha traído aquí para que nadie me encuentre? ¿Y si me ha traído aquí para dejarme completamente sola y dejarme morir con los días?
Atemorizada. Atormentada.
Miles de preguntas circulan por mi mente, ¡demasiado típico!
Hay un calendario en la cocina, pero por desgracia no sé a qué día estamos.
Sé que las horas pasan, las puedo contar, por primera vez me puedo orientar por completo. Puedo despertarme de madrugada y saber qué hora es. El tic-tac del reloj que hay en el medio del pasillo me dice a qué hora estamos.
Estoy deseando que aparezca Eder, porque sé que nadie más va a aparecer.
Cuando regrese le voy a pedir chocolate. Que es lo que más echo de menos desde que estoy encerrada.
Todos los días observo el cielo, de día o de noche. Los aviones que pasan, tan rápidos. Los pájaros que vuelan tan libres, y las estrellas, a veces fugaces. La luna que me quiere decir algo que no logro entender. Joder. ¿Dónde estará mi salvación? ¿Encontraré a John? Si algún día lo tuviese delante no sé qué haría, seguramente meterle en un manicomio, peor que el mío, y que sepa cómo me sentí yo.

Estaba en el salón cuando de repente alguien timbró. Bajé el volumen de la tele. Se me pusieron los pelos de punta, no creo que fuese Eder, yo no podría abrirle. No me moví del sillón. Esperé. En un corto silencio de nuevo ¡tilín,tilín!, el timbre, dos veces, más intensas. Me puse en pie, de cuclillas caminé hacia la entrada, intentando hacer el menor ruido.
ZAS. Tropecé contra un jarrón, casi lo tiro, la persona que estaba fuera debió escucharme. ¡Tilín, tilín, tiliiiín! Insistía.
Conseguí llegar a la puerta sin más percances. Vi por la mirilla. Era una chica, aparentaba un poco más edad que yo, quizás 25. Pero las apariencias siempre engañan… De hecho, cuando vi por primera vez al policía aparentaba también poca edad, pero ahora pude observar que debe tener más edad, bastante más.
Me quedé allí, viendo a la chica, desesperada por que alguien le abriese… Yo no podía. Y no debería decir nada. No sabía quién era, si me ayudaría en algo, si conocía a Eder…
Iba a decir algo, se giró. No pude oírla. Se iba a ir. Pero rectificó y volvió a timbrar por última vez y gritó:
-          JODER. Imbécil, abre la puerta. Déjame ver a la chica. Ya está bien.
Me asombré, me aparté de la puerta. Un temblor recorrió mi cuerpo.
Entonces escuché como un coche aparcaba.
-          Elizabeth, lárgate de mi casa. Aquí no pintas nada.
Cuando me asomé de nuevo por la mirilla estaba Eder agarrándola por un brazo y apartándola de la entrada.
Mantuvieron una conversación, pero no logré descifrar nada. Ella tenía cara de preocupada y la vez de asustada. Él venía serio, demasiado, y quizás enfurecido al verla allí.

Eché a correr para el piso de arriba antes de que entrase en casa. Llegué a mi habitación y me tiré en cama. Me puse a leer un libro para disimular mientras él no aparecía.

domingo, 23 de noviembre de 2014

— Capítulo 10 —

Pasan los días y sigo sin saber dónde estoy. Todos los días recibo la visita del policía, cuyo nombre aún desconozco, me trae comida, y bebida, lo más extraño es que no me trae mi medicación. Me encuentro completamente alejada a mi yo de antes. Me siento extraña sin tomar tantas pastillas, pero a la vez me siento más libre.
Me gustaría saber si donde estoy es su casa, y es que aún no os he descrito este lugar. No es un manicomio, menos mal. Se trata de una habitación acogedora. La cama es muy cómoda, de hecho, estos días he descansado como en casa. Hay cuadros por las paredes. No muy agradables, son siniestros. Las paredes están pintadas de verde, verde triste, con símbolos, que no sé qué podrán significar. Hay una mesilla de noche al lado de cama. No  quise abrir los cajones. No me gusta ser curiosa. La ventana es enorme, podría levantar por completo la persiana y escaparme, pero no quiero, porque si me escapo puedo terminar de nuevo en el psiquiátrico. Esperaré, esperaré a que el policía hable. Presiento que el otoño se está terminando, eso quiere decir que la navidad se acerca y que mis 21 ya llegaron, no sé cuándo, pero ya llegaron.
Recuerdo cada año, en noviembre, siempre celebrábamos mi cumpleaños. Mamá se ponía muy alegre. Y mi hermana siempre quería comprarme ropa. Mi padre, siempre serio, pero de vez en cuando esbozaba una sonrisa. Les echo de menos. Me siento apagada. Tan sola. Vacía. Ojalá pudiera cerrar los ojos y al abrirles encontrarlos, cantándome ¡cumpleaños feliz!, abrazándome. Ojalá. Pero eso nunca va a pasar. Lágrimas se me escapan, recorren mis mejillas, y caen en mi camiseta. Lo malo de estar aquí es que me siento sucia. Necesito ducharme, al menos en el manicomio no me privaban de eso. Espero que este hombre sea cívico y pronto se dé cuenta de que mi olor corporal no es nada agradable.
En esta habitación hay otra puerta, que no quise saber si estaba abierta, ni a donde daba. Por la que entra él siempre la cierra al salir. También hay un armario, el cual tampoco quise indagar qué guardaba dentro.
No ha de faltar mucho para que llegue de nuevo, y esta vez con la merienda. Yo solo espero que esta vez me diga algo, es lo que espero cada vez que escucho las llaves en el cerrojo de la puerta.

-          Hola Ruth, no sé si te habrás molestado en abrir esa puerta. ―dijo señalando a la puerta de la que hablé― y también el armario y los cajones de la mesilla.―yo simplemente negué con la cabeza.
Al fin, al fin se dignaba a hablarme. Y prosiguió:
-          Detrás de esa puerta tienes tu propio cuarto de baño, con los productos necesarios para tu higiene, tienes un gel, un champú, toallas, un cepillo de dientes con su pasta, y un peine para que cepilles ese cabello que tienes. ― Me sentí aliviada al saber que podría pegarme una ducha. Me salió una sonrisa fugaz.― En el armario tienes ropa, no sé si será tu talla. Y en la mesilla ropa interior. Espero que te agrade.
No sabía si responder o seguir muda.
Se giró y me atreví a preguntarle:
-          ¿Cómo te llamas?
Hubo un pequeño silencio, pensé que no me contestaría, porque se echó a andar y abrió la puerta, fue entonces cuando dijo:
-          Eder.
Se fue.
Sin dudarlo, ni la merienda tomé, fui directa al armario y vi la cantidad de ropa que allí había. Era de mi talla. Y Eder no tenía mal gusto. Cogí un par de prendas, luego ropa interior y me fui a la ducha.
Me di una ducha larga. Incluso me puse a cantar allí dentro.
Me sentí genial al terminar. Me sentí nueva. Como en casa. No sé si era bueno o no. Pero empezaba a sonreír.
Pero a pesar de todo, Eder no me inspiraba confianza. Yo necesitaba saber por qué estoy aquí. Y por qué justo después de haber tenido el primer encuentro con Matt. Algo no encajaba. Como siempre. Y tocaba buscar piezas.
Cuando Eder volviese tenía pensado intentar mantener una conversación con él, en la que todas mis preguntas saldrían a la luz, para ver cuales recibirían respuesta. Por desgracia, me quedé dormida y a la hora de cenar, cuando vino no me percaté. Me dejó la cena y una nota.
“Empiezo a trabajar, estaré menos en casa, te he dejado la puerta abierta, por si quieres hacer comida puedas ir a la cocina y servirte tú sola. O si quieres ver la tele en el salón, o leer un libro. Espero poder confiar en ti y que no me tengas ninguna trampa preparada para cuando vuelvas, o irás de vuelta al psiquiátrico. No falta mucho para que puedas hacerme preguntas y te las vaya respondiendo.
Un saludo.  Eder”
Estaba claro que aquella era su casa, su hogar. Pero ese hogar no transmitía paz. Transmitía soledad. Me sentía libre, pero con miedo. Eder quería transmitirme confianza, pero yo, yo ya no me fío de nadie.

Pienso en Matt. Me encantaría sentir su presencia detrás de mí. Volver a hablar con él. Y verle. Él estaba allí por culpa de John, al igual que yo, y necesitaba saber más.

jueves, 20 de noviembre de 2014

— Capítulo 9 —

No sé dónde estoy, ¿por qué este lugar no es mi habitación habitual? Joder.
Presiento que la visita de Matt ha hecho que todo se haya vuelto gris, tirando a negro. No sé cuánto tiempo estuve dormida. Recuerdo sus gritos a lo lejos, y el ajetreo de los médicos. Recuerdo el médico nuevo, y su mirada tan seria, tan penetrante, que te intimida.
Necesitaba saber dónde estoy. Es la primera vez que no sueño con John.
Pasos. Se oyen pasos que se acercan. Me empiezo a asustar. Ya no sabría quién se encontraría tras la puerta al abrirse.
Tocan a la puerta. Me sorprendo. ¿Quién iba a petar en la puerta?
De nuevo, ¡toc, toc! Los escalofríos se apoderan de mí. Me acurruco en una esquina, como una niña pequeña con miedo de que llegue el coco.
Mi voz temblorosa dijo: adelaaaante…
Aquella cara me resultó familiar. Por su vestimenta supuse que no era ningún médico. Yo me extrañaba más, y más. ¿Dónde me encontraba?
No quise preguntar. Ni decir nada.
Nos cruzamos las miradas, y quedamos los dos sumidos en la nada. Noté… No sé, no puedo explicar qué es lo que estaba notando, fue demasiado insólito. Algo en sus ojos me estremecía. Eran oscuros, casi negros. Había fuego, sed de venganza, ira.
De repente me acordé. Era el policía que me había inspirado tanta confianza aquel día. Era el mismo policía que me dijo ‘’tranquila’’, era él. Pero venía sin su uniforme.  Hoy su mirada no era la misma. Esta vez no me inspiraba seguridad, esta vez su presencia me hizo sentir frágil. Y no me gustaba.
El silencio seguía reinando en aquel lugar. Estaba allí como una piedra. Y yo seguía encogida en una esquina, sentada, con mis piernas encogidas, de forma que las rodillas me quedaban pegadas al pecho y yo las agarraba fuerte, incluso con miedo. No pensaba moverme, ni abrir la boca, nunca servía de nada. Esperé. Esperé. Y esperé…





Allí estaba Ruth, indefensa. Me gustaría saber qué le pasaba por la cabeza, si me reconocía, si sabía quién era o si estaba completamente perdida ante tal situación.
Yo. El asesino de toda su familia. John. Yo. El mismo policía que estaba con ella aquel trágico día. Pobre, en el fondo sentía pena hacia ella. Nunca sabrá que ese policía era John. Nunca sabrá que yo soy su medio hermano, ese bastardo al que dieron a otra cuna al nacer.
Llevaba años queriendo hacer desaparecer a esa familia. Años. A mis 12 años supe que mis padres no eran mis progenitores, que yo había sido adoptado. Me contaron toda la historia porque un día les escuché hablando de mí. Me contaron que mi padre era un violador. Y que mi madre al principio quería traerme a la vida, pero a medida que pasaron los meses su opinión cambió, ya no quería que yo naciese, esa mujer decía que el ser que llevaba en sus entrañas iba a salir como el delincuente que abusó de ella. Que su esposo decidió venderme a otra familia y no saber nada de mí. Siempre fui un niño problemático y al conocer mi historia solo sentía odio, odio por la persona que me llevó dentro de sí, odio por su esposo que me vendió, odio a toda su familia. Por eso, a medida que me hacía mayor la ira aumentaba, y solo se me ocurrió asesinar a esa familia. Ideé miles de planes para llevar a cabo el homicidio. Les vigilaba. Cuando yo tenía 13 años nació su primera hija. Por ese tiempo nos trasladamos a otra ciudad y no pude saber nada de esa familia. En cuanto pudiese volvería a mi casa.
Mi padre adoptivo era policía, y yo quería llegar a serlo, para así poder controlar mejor todos los pasos de la familia. A mis 20 años ya tenía mi uniforme. Mi placa. Ya era policía. Ya estaba de vuelta en mi hogar. Para entonces la pequeña ya tenía 7 años, y la madre estaba embarazada de nuevo. Quería verles muertos lo antes posible… Pero entonces conocí a Ruth. Más bien, la vi. Con esa mirada tan inocente. Y mis planes se derrumbaron… No iba a ser capaz de matar a esa niña…

Y ahora que la tengo en frente, sigo viendo a esa niña pequeña, que hizo que cambiase mis planes. Que hizo que mi interior aflojase.
Me acerqué a ella. Le di un beso en la frente. Me giré y le hice perder la cabeza con una frase:
-          Encontraré a John.
Sé que la dejé completamente desorientada. No quise ver su reacción. Me fui, antes de que gesticulase palabra ninguna. Quería que se volviese loca de verdad. Ya que fue la única persona que me hizo sentir débil.





¿Qué está pasando? ¿Por qué el policía sabe de la existencia de John? ¿Y por qué entonces sigo encerrada en un manicomio? Cada vez son más las preguntas que se me forman en mente. No puedo seguir así. Siento que he perdido tantas piezas en el puzzle, a veces quiero rendirme

domingo, 16 de noviembre de 2014

— Capítulo 8 —

El miedo seguía recorriendo mi cuerpo, necesitaba saber quién era ese chico, tenía una voz rasgada, pero a la vez firme, era extraña. Mi yo interior quería gritar, gritar y girarme. Pero estaba completamente paralizada. Poco a poco mis latidos fueron calmándose, hasta el punto en el que no los logré escuchar.
Notaba su respiración detrás de mí, y su mano cálida en mi hombro. Tenía miedo, pero a la vez me sentía bien. Al fin. Al fin había aparecido alguien con quien poder hablar, alguien que al parecer sabía algo de mí, alguien que me quería escuchar. Era todo muy siniestro. Sentía ansias de verle. De saber si era un chico joven o ya adulto. Por su voz indicaría que se trata de un chico de mi edad, quizás.
Estaba impaciente por escucharle de nuevo. Por saber más. No sabía si mi garganta me dejaría pronunciar alguna palabra, lo intenté y lo único que me salió fue:
-          Tengo miedo, pero gracias. Gracias por aparecer y afirmar con tanta seguridad que no estoy loca. No sé a qué se debe que no me dejes verte, al fin y al cabo, tanta oscuridad no me lo permitiría. Pero…
No me dejó continuar. Quizás me había emocionado a hablar…
-          Pero nada, no es el momento Ruth… Poco a poco, no quieras hacer preguntas, no quieras saberlo todo, no. Paciencia. Sé por qué estás aquí, tú no has matado a tu familia. Ha sido la misma persona que me ha metido a mí aquí. JOHN.
Al escuchar John otro escalofrío recorrió mi cuerpo, estuve a punto de desmayarme. ¿Quién estaba en mi habitación? ¿Cómo sabía la existencia de John? Necesitaba preguntarle tantas cosas, pero sabía lo que me iba a responder, simplemente, no me daría respuestas.

Estaba tan perdida. No sabía ya si hablar o si esperar a que él continuase. Estuvimos callados durante un largo tiempo. El silencio era tan tenebroso que se escuchaba el canto de un búho, y el aullido de un lobo, el revolotear de los pájaros, e incluso, si reparabas un poco, escuchabas el romper de las olas en el mar. Yo cerraba los ojos y me ponía a imaginar cómo sería ese chico que estaba a mis espaldas. De repente se rompió el silencio. Una puerta se golpeó, quizás la de su habitación. Y entonces exclamó:
-          ¡Mierda! Espero que los médicos no se hayan dado cuenta de que me he escapado, y mucho menos de que nos hemos reunido. Ni a ti ni a mí nos dejan salir al patio. Me han dicho que nunca me acerque a ti cuando sales a los pasillos, por eso, siempre que te veo regreso a mi habitación. Me he encerrado noches en el baño. Me he colado en la sala de los psiquiatras y he conseguido la clave de tu habitación. Me he leído tu informe. Llevo aquí un poco menos que tú. No sé por qué no quieren que nos crucemos. Solo sé que John es el causante de cada una de mis pesadillas. Es el causante de todo esto… - Estuvo callado apenas un instante. Yo ya no quería decir nada. Estaba tan sobresaltada.- Ruth, no tengas miedo.
Me agarró y me susurró: -Cierra los ojos, y no los abras. – Escuché sus pasos, y lo sentí delante de mí, por un momento quise abrir los ojos, pero aguanté. Entonces, me abrazó. Me sentí tan frágil. Por un instante me sentí protegida. Fue un abrazo cálido. Todo el pavor se había esfumado. El silencio ya no era tan tenebroso. Sus latidos se compaginaron con los míos. Después de tanto tiempo, me sentí bien, a pesar de no ser libre, me sentí querida, y me agradaba. Se apartó despacio, y con su mano me tapó los ojos, para que siguiese sin abrirlos. Entonces hablé:
-          ¿Cuándo podré verte? ¿Cuándo podré acerté preguntas y obtener respuestas? Al menos, me gustaría conocer tu nombre, por favor.
-          Pronto Ruth, todo a su tiempo, no tengas prisa, nos queda mucho tiempo por delante. Hoy solo conocerás mi nombre. Matt.
Pude escuchar cómo se alejaba, como se abría la puerta, pude notar frío. Se había ido. Matt. Bonito nombre. Tenía claro que se trataba de un chico de mi edad. Audaz. Que inspiraba confianza. Y se notaba que la cordura no era lo que le faltaba. Y que a pesar de todo, él también tenía miedo.

Esa noche ya no pude dormir. Me dejó sobresaltada. Con más preguntas en mi mente de las que me estaba formulando estos días.

Tiene que existir algún lazo entre él y yo. ¿Por qué ambos estamos aquí? ¿Por qué no nos dejan encontrarnos? ¿Qué nos une?
Todas y cada una de las posibles respuestas se relacionan con John. Por su culpa los dos estamos aquí, y tiene que haber alguien ahí fuera que John existe.

Observo la luna, allí, a lo alto. Y joder, como brilla, rodeada de estrellas que son lo contrario a mí, que desde que llegué aquí dejé de brillar, pero sigo viva, y ellas brillan estando muertas.
Interrogantes en mi cabeza. Quería ya volver a escuchar a Matt. Poder verle.
Me gustaría saber cómo consiguió entrar en la sala de los médicos. Su abrazó me dio fuerzas. Fuerzas que a veces me faltan para salir de aquí. Ahora sabía que no estaba sola. Y quizás con su ayuda lograse salir de aquí.

Comenzó a salir el sol. Los pájaros no dejan de cantar. Se escuchan movimientos por el recinto. Hora del desayuno.
No llega a nadie a traerme el mío.
¡Qué extraño!
Me asomo a la puerta y veo a un médico nuevo acercándose.
¡Doble asombro!

¿Comienza mi suerte a cambiar?

Su rostro no inspira ninguna confianza. Seriedad. Mirada intimidante. Me aparto de la puerta. La abre de golpe.
Tan pronto entra me advierte:
-          No quiero oírte, desequilibrada mental. A partir de ahora tendrás una nueva dosis de pastillas. Tus horas por el pasillo serán reducidas.
Quedo asombrada. Mi suerte cambió.
Escuchó un grito, era Matt:
-          ¡QUIERO VERLA! HIJOS DE PUTA, NO ESTOY LOCO, VOSOTROS SOIS LOS DESEQUILIBRADOS.
Empujé al médico con todas mis fuerzas, y eché a correr. Quería ir a junto de Matt. Me escapé y grité:
-          ¡CABRONES! NO DEBERÍA ESTAR PERMITIDO LO QUE HACÉIS. DEJADME VERLE, NECESITO RELACIONARME.

Vinieron varios médicos. Me agarraron de los brazos, me hacían daño. Me inyectaron un calmante. Me quedé dormida…

sábado, 15 de noviembre de 2014

— Capítulo 7 —


Me despierto de madrugada, qué raro, ya es tan típico esto, que no sé porque me sorprendo. Me pongo a recordar y me acuerdo cuando ingresé en el primer manicomio, allí solo gritaba, allí solo intentaba escaparme, allí me auto-lesionaba dándome golpes contra todo, intentando quitarme la vida, como cual niña idiota que no se atreve a luchar. Allí no me dejaban salir al pasillo, aunque solo fuese para pasear, allí cuando necesitaba ir al baño me tenía que ir acompañada.
En aquel manicomio me mantuvieron durante…, no sé, quizás un mes, como mucho dos. Porque luego, luego me trasladaron a este, no sé muy bien porqué, recuerdo que un día se escuchaba la alarma de un vehículo policía llegar. Y que a la media hora vinieron a mi habitación a trasladarme. En su momento pensé que era por el hecho de que allí nos encerraban a los más locos; que cómico suena, que una desequilibrada como yo diga esto…. Y aquí, aquí parece que estamos los más tranquilos, nadie grita, nadie causa problemas…
Ahora si me paro a pensar, pienso en el policía, en aquel joven policía que me había susurrado aquellas palabras en el día que sucedió todo. Quizás él había movido hilos para que me trasladasen a un lugar más tranquilo. O tal vez me estoy volviendo más loca de lo que ya estoy atando cabos sueltos e imaginando cosas que no son…
Este psiquiátrico parece estar alejado del mundo, en el que reina la calma, pero falta cordura. O quién sabe, a veces me gustaría poder relacionarme con algún paciente, conocer su historia y poder dar a conocer la mía. Me gustaría recibir un abrazo, calor. No sé por qué aún no me dejan salir al jardín. A veces cuando salgo al pasillo veo al final a alguien, pero a medida que me acerco, su silueta se aleja y acaba desvaneciéndose, no sé si son imaginaciones mías, o si hay alguien con quien me puedo comunicar pero nunca se deja y se me escapa.
Y como venía diciendo, posiblemente sean las 4 de la madrugada, y otra nueva pesadilla me ha despertado, desesperante. A veces son tan aterradoras. John. John nunca desaparece de todas ellas. Esta vez me desperté pensando que le iba a ver su cara, que le iba a ver sus ojos y saber quién era, pensé que lo iba a tener en frente, cara a cara. Pero me desperté de golpe y al abrir los ojos no había nada, solo oscuridad. Faltó muy poco para poder verle. ¿Faltará poco para que eso pase? Me toqué la cara y la tenía húmeda, un sudor frío recorría toda mi frente. Sentí como si alguien estuviese plantado detrás de mí, apunto de rozarme, a punto de decirme algo. Pero era imposible, allí no podía entrar nadie sin la clave de acceso para abrir la puerta.
Sentí pavor. No me atreví a girarme. Seguía notando una presencia. ¿Y si era John? ¿Y si John está más cerca que en mis sueños?

Entonces pude notar como alguien posó su mano en mi hombro, quise gritar pero no pude, con su otra mano me tapó la boca despacio, con cuidado para no hacerme daño.

¿Tendría el valor para girarme y verle? Estaba más que asustada. Me temblaban las piernas. Me temblaba todo. El corazón me palpitaba tan deprisa que si reparaba en eso, con tanto silencio, podía escuchar cada latido. Estaba aterrorizada.

Y ahí escuché: no te muevas, no grites, tranquila. No es hora de que nos veamos, solo de que nos oigamos. No te diré mi nombre, solo nos llega con saber el tuyo, Ruth. No estoy loco, y tú tampoco.

No podía hablar, y eso que había quitado su mano de mi boca. Y tampoco me podía girar, me estaba agarrando de forma que no pudiese moverme. Además, estaba la habitación demasiado oscura.

— Capítulo 6 —

Mi madre, poco después de nacer Mónica, me contaba cuentos. Y no los típicos para dormir. No. Me contaba historias. Yo era una cría, pero los entendía todos. Mi madre hablaba conmigo como si tuviera ya los 15 años, como si supiera de la vida tanto como ella. Un día me contó que cuando yo nací, debía nacer conmigo un hermano. Que veníamos dos. Pero que ella nunca supo qué pasó con el otro bebé. Me contó que ella de joven había tenido muchos problemas, me contó que le sucedieron cosas que no era capaz de explicarlas con palabras, pero que en su mirada se veían reflejadas. A veces la escuchaba llorar cuando le daba el biberón a Mónica, la escuchaba sollozar, y entre sollozos recitaba algo, nunca lograba entenderla por completo, decía algo así como:
‘Tan pequeña es la semilla del mal, que nunca muere. Yo le oí llorar, y se lo llevaron. Yo le oí llorar, y desapareció. Pero su sombra no desaparece.’
El día que escuché eso, no entendí muy bien a que se refería.
Yo pensaba que mis padres eran una pareja feliz, ambos con sus puestos de trabajos. Ambos sonrientes. Ambos tan perfectos. Pero ahora creo que todo era una simple fachada, un muro que crearon para no alertarnos, a nosotras sus hijas. Pero yo, yo ya vivía en el misterio desde el momento en el que nací, y ese otro bebé no se vino conmigo.
Ahí comenzó todo. Pero, a estas alturas, ¿cómo voy a investigar si ese niño nació con vida? ¿Cómo investigar quién es, dónde está? ¿Cómo? Porque a lo mejor nada es así.
Por otra parte, mi padre, mi padre era más frío, pero cuando tenía sus momentos cariñosos me llevaba de paseo, me compraba chuches, me llevaba al cine y también me contaba historias.
A mis 16, cuando me graduaba, me llevó de compras, sí, ¡increíble! Increíble que un padre vaya con su hija de compras y no sea la madre. De ese día nunca me olvidaré, y eso que hasta ahora lo tenía apartado de mi memoria, pero esta es traicionera, y a veces nos hace recordar el más mínimo detalle... Al salir del centro comercial, una vez en el coche, se sinceró conmigo. Empezó a hablarme y me dijo:
   -          Hija, te haces mayor, dentro de nada tendrás a muchos chicos a tus pies, queriendo salir contigo, o simplemente queriendo solo sentir tu cuerpo en su cama.
Yo me mantenía callada, creo que me debí poner roja, era la primera vez que mi padre se paraba a hablar conmigo así. Siguió:
   -          Y quiero decirte que tengas mucho cuidado, que no andes sola por las noches. Que no te dejes engañar por un cualquiera. Que esperes, que al final llegará quien te haga feliz. Aunque antes quizás te toque sufrir…
Tu madre y yo… Nos conocimos de casualidad… Tu madre…
La voz de mi padre se desvaneció, vi como unas lágrimas le recorrían las mejillas. Lo que me iba a contar debía ser muy duro. Yo nunca me lo  podría esperar. No. Le agarré la mano y le dije:
   -          Tranquilo papá.
   -          Tu madre lo pasó mal, quizás no debería ser yo quien te cuente esta historia, pero sé que tu madre no está lo suficientemente bien como para explicarte todo. De hecho, cada vez la veo más apagada. Cuando nació Mónica pensé que le brillaría la mirada. Pero sigue igual… A tu madre… A tu madre…
Me estaba asustando. No sabía qué le pasaba a mi madre.
   -          Papá termina… Me estás preocupando. Y ahora que lo dices, tienes razón mamá ya no es tan feliz como antes, mamá me contó cosas que no sé si son ciertas, o no…
   -          Abusaron de tu madre cuando tenía apenas tu edad, quedando embarazada de un niño. Tu madre por miedo no quiso abortar. Yo la conocí un día en el hospital, se sentó a mí lado, y me fijé en ella y en su barriguita, ya comenzaba a notarse que estaba embarazada. Ella reparó en que la estaba viendo, y agachó la mirada, sus mejillas enrojecieron. Entonces me dispuse a hablar con ella… Y me contó todo. Acabó llorando. No sé, quizás fue amor a primera vista, pero desde entonces quedé con ella cada  vez que iba al médico. Apenas le faltaban dos meses para dar a luz, cuando una noche tuvo una pesadilla, en la cual se despertó alterada y gritando que no quería tener el hijo, que iba a convertirse en un ser maligno, que iba a ser como su padre. Esa noche no pude dormir. Yo tenía ya los 19 años, y busqué la forma de que ese niño terminase con otra familia. Encontré a alguien que quería adoptar un hijo, y mis padres hicieron lo posible para que al nacer se lo llevasen a esa nueva familia.
Yo estaba anonadada, no sabía articular ni una palabra. Me recorrían escalofríos al imaginar toda la situación. No sabía si llorar, si decir algo. Estaba de piedra. Y mi padre seguía contándome:
    -          El día que tu madre dio a luz los médicos le dijeron que su hijo había nacido sin vida… Tu madre lo pasó mal al escuchar esas palabras, pero al paso de los días fue mejor así. No dejaba de tener pesadillas con el bebé y con todo lo negativo que iba a traer consigo.
Años después te tuvimos a ti. Y ahí tu madre decía que estaba embarazada de gemelos, que os sentía, a un niño y a una niña, pero solo nació un bebé, solo naciste tú.
Otro escalofrío recorrió mi cuerpo. Como si eso fuese una mentira. Como si aún hubiese algo más escondido detrás de esa historia. Mi padre se quedó callado. Yo cabizbaja, me abrazó, y entonces arrancó el coche de vuelta a casa. Fue un viaje frío, con dos cuerpos presentes, pero de almas completamente ausentes, ese día mi mente se perdió. Ese día sentí miedo. El mismo miedo que estoy sintiendo ahora al recordar, al encontrar la primera pieza del puzzle.
¿Dónde estará ese hijo que mi padre quiso arrebatarle a mi madre para no verla sufrir? ¿Sabrá quiénes eran sus padres biológicos?
Nunca le pregunté a mi padre a qué familia se lo ‘’regaló’’, nunca le pregunté a mi padre si cogieran al violador. Nunca le pregunté a mi madre nada de esta historia, porque entendí que no estaba bien, lo entendí cuando encajé las historias que me contaba de ese hijo ‘’perdido’’ con la historia de mi padre.
Y ahora que estoy aquí, sólo tengo preguntas. Y más preguntas…
¿Tendré un hermano gemelo como decía mi madre? ¿Un gemelo?



No debe faltar mucho para que llegue el médico, es hora de la comida y de la sesión de pastillas que me dejan sin ganas de nada. Sigo deseando que algún día se olviden de mí. De que no me traigan la medicación, y es que sigo pensando que me afectan demasiado, y me hacen olvidar recuerdos apartados. Ojalá un día llegue un médico nuevo, con el que pueda mantener una conversación sin que me acabe ignorando. Ojalá un médico que me escuche de verdad. Y me ayude a buscar respuestas y no a cerrarme las puertas.

domingo, 9 de noviembre de 2014

— Capítulo 5 —

Tenía en mi mano la pistola, estuve a punto de cometer una locura, de haberla hecho ahora no estaría aquí, ni plasmando pensamientos, ni encerrada en un jodido manicomio. Por una parte me arrepiento, pude haber apretado el gatillo contra mi sien, pude haber agarrado fuerte la pistola y apuntarme a morir. Pude, pude morir, pero no lo hice. Solté la pistola, levanté las manos, pero lo último que recuerdo es que al intentar levantarme noté que todo perdía nitidez, que mis ojos se cerraban, perdí la consciencia. Y al caer, debí llevar un gran golpe, y por eso sigo con episodios que no puedo recordar. Cuando recuperé el sentido estaba en el cuartel de policía, no sé cómo había llegado allí, estaba desorientada. Me dolía la cabeza, me vi y estaba toda llena de sangre, en ese momento no sabía nada, no recordaba nada. Las manos las tenía esposadas, y un joven, policía, me observaba. Había algo en él que me asustaba, y al mismo tiempo me tranquilizaba. Me agarró la rodilla, y me dijo: — Lo siento, Ruth. Te espera un largo día en comisaría, en el que tendrás que responder muchas preguntas. Yo sólo te haré una, ¿te encuentras bien?— me vio con esos ojos que me empezaban a inspirar confianza. Tardé en responderle. — No, realmente no me encuentro bien, me duele la cabeza. No sé qué hago aquí… Más que preguntas, necesito yo respuestas. —Estaba algo perdida, me temblaban las piernas, me sudaban las manos. Tenía miedo. Quería ver a mi familia. Recordé que ya no estaba. Se me escaparon unas lágrimas. — ¿Qué hago aquí? ¿Por qué no me quitan las esposas? Yo no hice nada. ¿Dónde está John?—me observó con cara de preocupación. Alzó la vista y vio por encima de mi hombro, no me quise girar, seguramente estaba cruzando la mirada con el comisario, o algún policía más veterano. Me apretó la rodilla, y me agarró las manos. Me recorrió un escalofrío. — Lo siento Ruth, yo no puedo ayudarte. No sé quién es John. Sólo tú estabas allí, y al parecer eres la responsable de la muerte de tus padres y de tu hermana. Lo siento.— Necesitaba un abrazo. Rompí a llorar. Me dolieron esas palabras. Aunque ese chico inspiraba confianza. — Voy a intentar encontrar a John, pero te espera un futuro no muy agradable. — ¿Voy a terminar en la cárcel? Yo no he matado a nadie. Yo no fui. Allí estaba John. ¡HA SIDO ÉL! ¡Cogedlo! ¡Yo no les maté! Quiero ver a mi familia. El policía joven se fue. Cabizbajo. Pude escuchar como me susurró: -Tranquila, saldrás de esto. Me sé tu historia.- Y llegó otro, de una edad mayor. Con cara seria. Ya no inspiraba confianza. Asustaba. — Hijo, tu trabajo no está aquí. ¡Largo! Señorita, venga conmigo. Va a examinarla un médico forense. Le tomaremos sus datos, le haremos una serie de preguntas y conforme a todo eso, ya se decidirá su destino. No tenía palabras. Decidí no abrir la boca. Me imaginaba mi destino. La cárcel. De aquella me equivocaba. Al día siguiente me mandaron para un psiquiatra, no en el que ahora me encuentro, sino en otro más cercano a mi casa. Del que me trasladaron a este. Aquella tarde, me examinó un forense, y no sé qué pasó. Me dieron un calmante, al parecer estaba muy alterada, solo gritaba el nombre de John y que yo no había hecho nada. En la pistola estaban mis huellas. Podrían haberme encerrado en una cárcel, pero dictaron encerrarme en un manicomio. No sé qué sería mejor, porque al meterme aquí dijeron que no saldría nunca, que no estoy capacitada para salir al exterior. De esto va a hacer casi un año ya. Deben faltar unos días para mis 21. Ya no sé. No sé a qué día vivo. Sólo sé de estaciones, porque observo cada día la luna, el cielo, el sol. Observo todo, en busca de respuestas. Siempre quedé con la duda de porqué aquel policía me susurró aquello. De quién sería aquél chico, que asemejaba un par de años más que yo. Intento recordar su nombre que colgaba en la placa que llevaba en el pecho. Pero no logro recordarlo. Y día a día sigo dando vueltas a todo. A cada detalle que me viene a la mente. Y sigo, y nada. Al principio solo quería quitarme la vida y ya, fin de tanto problema. De tanta soledad y tristeza. Los médicos estaban muy atentos a mi comportamiento, cada semana me recetaban nuevos medicamentos, para ver si mi conducta mejoraba, para ver si mis ganas de vivir regresaban. Al principio todo fue complicado. Pero poco a poco, me fui adaptando, quizás sí, quizás las pastillas tuvieron relación. No sé. Solo sé que ahora recuerdo más de lo que imaginaba hace días. Y es que desde que puedo soltarlo todo, todo lo veo más claro. John existe. Y ese policía debía saberlo. John era el culpable, y no lo encontraron, siempre dijeron que era fruto de mi imaginación, yo cada vez tengo más claro que no. Yo lo que necesitaba recordar era más atrás, más atrás del suceso, más atrás de la muerte. Más atrás. Quizás a unos dos años atrás. Necesito buscar recuerdos. Sumergirme en ellos. Y encontrar personas que quisieran hacerme daño. O personas a las que pude yo hacer daño sin querer.

— Capítulo 4 —

Y los días pasan, y el otoño con él. Las hojas se deprimen, como yo aquí, encerrada, entre estas cuatro paredes acolchadas. Drogada a pastillas que me hacen delirar más de lo que deliro normalmente. Deseando encontrar respuesta a todo esto. Buscándole salida a mis pensamientos encerrados, que de momento solo se esparcen por un montón de folios que quizás solo sea yo quien los lea y relea, como una tonta, que ahora mismo le escribe al aire y al viento, con la esperanza de que un día alguien más lea esto y me saque de este infierno, que es mi vida... No sé ni a qué día estamos. Y duele, no sabéis cuánto. Solo pensarlo… Duele no tener a nadie que me venga a visitar, duele saber que aunque salga de aquí no tenga un hogar, una familia que me espere. La poca que tenía la perdí, y el resto, el resto no me interesa ni su nombre, porque como os digo, nunca aparecieron por aquí, nunca lucharon por sacarme de aquí, ni por limpiar mi nombre. Todo eso duele. Pero a pesar de eso, sigo y no me rindo. La esperanza nunca la perdí, y espero no perderla nunca. Cueste lo que cueste, montaré cada pieza de este puzle hasta terminarlo. Tengo tanto dentro, tanto que nunca sé qué contar, por dónde empezar con toda esta historia, con lo poco sé y con lo que pueda ir descubriendo. A lo mejor debería dar marcha atrás, años atrás para ver si así encuentro alguna pista que me ayude a mí misma. Dar marcha atrás, y explicar quién era mi familia y quién podría querer nuestra ruina, o la mía. Anoche soñé que tenía a mi hermana conmigo, sí, soñé con momentos alegres de nuestra infancia. Ella, ella era la pequeña, tenía 13 añitos, siete menos que yo, y siempre la cuidaba, como si fuera su madre. Soñé cuando la llevaba a la playa, en esos días tan calurosos de verano; las peleas en la arena después de salir del agua, los chapuzones que nos dábamos, y las horas que nos pasábamos tomando el sol. La quería. Y ahora, ahora no queda nada. Solo recuerdos, que se disfrazan en lágrimas y recorren mis mejillas cada vez que recuerdo su nombre, Mónica. Era lo más importante que tenía en mi familia, con la que me pasaba horas y horas. A quién le cambié pañales, le di paseos, le conté cuentos. Era lo mejor que llegara a mi vida… Ella llegó cuando yo tenía siete años, y me acuerdo como si fuese ayer. Mis padres, sin embargo, no eran tan importantes. Se pasaban medio día fuera de casa, trabajaban los dos, por eso yo me encargaba de cuidarla siempre. El día que llegué a casa y la vi allí, tirada. Llena de sangre. Casi me desmayo en el instante, pero corrí a su lado, le tomé el pulso, pero no respiraba, y joder. No podía conmigo, me desplomé. Lloré. Grité. Sufrí. No sabía si aquello era real o una pesadilla. Hasta que vi alrededor que mis padres también estaban muertos. No sabía qué hacer. Cogí mi teléfono y marce el número 112. No me salían las palabras, fue entonces cuando a lo lejos vi a alguien, escuché su sonrisa, y grité ‘¡SOCORRO! Mi familia está muerta’. El móvil se me calló de las manos, aquel olor era extraño. Aquella persona, su silueta, me resultaba familiar. Le dije, no muy alto, por miedo a que me matase (aunque me daba igual): - ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? ASESINO. Fue ahí cuando se giró, pero la luz me incidía en los ojos y no pude verle el rostro, solo esa sonrisa, malévola. Y susurró: John. Vi como en su mano izquierda apretaba una pistola, y en la otra no sé qué llevaba, parecía mi álbum de fotos. No tardó en sonar la sirena de la ambulancia y de la policía, que apenas tardaron unos segundos en llegar a casa. Antes de que entrasen John se quedó quieto, se agachó y deslizó algo por el suelo, hasta llegar a mis manos: la pistola. Entonces, desapareció por el pasillo, y la puerta se abrió, la policía llegó gritando: - ¡Alto! Ponga las manos donde yo las pueda ver.

viernes, 31 de octubre de 2014

— Capítulo 3 —

En esos sueños a veces me veo a mí, llorando, tirada en el suelo, al lado de mi hermana, pidiendo a gritos que despierte, que abra los ojos, pero eso no sucede y me derrumbo por completo. Y si giro mi mirada y observo al alrededor veo mi familia. Muerta. Y lo único que quería era estar como ellos, muerta también. ¿Por qué? ¿Quién fue capaz de hacer eso? Y es que había sangre por todo el piso. Y en mis manos. Y en mi ropa. Y en mi cara. A lo lejos le veo a él. Escucho su risa. Y se va desvaneciendo. Queda su olor, olor a tristeza, olor a dolor. Olor extraño. Parece esa típica persona que pasa por tu lado y no reparas en ella, que ni te das cuenta. Esa persona a la que no quieres ni cruzarte con ella. Esa persona solitaria, que debe mostrar una sonrisa forzada, malvada. Esa persona que huele a soledad, a misterio. Así era John. Solo podía definirle de esa manera, solitario, oscuro, malévolo. No podía verle nunca el rostro. En todas mis pesadillas lo veo de espaldas. A veces más cerca, y otras simplemente, lo siento, lejos, muy lejos, pero lo siento. A veces me despierto sobresaltada, como si alguien me estuviese tocando, como si alguien estuviese respirando justo a la altura de mi cuello. A veces creo que él está conmigo. Que él es alguien conocido. Pero por desgracia, tengo episodios amnésicos, y él es una de esas cosas que no consigo recordar, que no consigo saber quién es... Pero sé, que poco a poco, por mucho que me cueste, lograré verle su cara con nitidez y descubrir porqué terminé yo aquí en vez de él.

— Capítulo 2 —

Cada noche que pasa me despierto entre pesadillas, a veces de madrugada, otras a la hora que vienen los médicos a verme. Cada noche una distinta. Sin demasiada lógica, o simplemente es que aún no logro entenderlas. Y es que dicen que el subconsciente tiene demasiado poder, tanto que puede jugar con nosotros mismos y hacernos creer cosas que no son, llevarnos a un mundo paralelo y perder los papeles. Por eso espero que ese no sea mi caso. Porque yo sé que no estoy loca, aunque me digan lo contrario repetidamente. Yo sé que no maté a mi familia. Y joder, yo sé quién fue, pero nadie me entiende, directamente, nadie me atiende cuando digo algo. Nadie me da esa oportunidad. Todos dicen lo mismo: discapacidad mental para distinguir entre lo ficticio y lo real. Quizás termine desvariando por completo, quizás al final ya ni me conozca a mí misma, ni logre saber quién soy, ni quién era, y mucho peor, quizás ni sepa quién quería ser en mi futuro. Por suerte, a día de hoy aún lo sé. Y lo único que pido es ayuda. Ayuda para poder ser libre. Para luchar por mis sueños. Para poder ser feliz. Ayuda para encontrar una respuesta a todo, y darle soluciones a los médicos, soluciones exactas, soluciones reales que me permitan salir de esto. A veces necesito incluso escapar de mí, por miedo a que me esté equivocando y en realidad no tenga razón absoluta. Miedo de mí misma. Miedo a que un día la respuesta sea la que menos me interesa. No sé cuánto tiempo llevo aquí, sé que los médicos se cansan de mí, de mis historias. Durante el tiempo que llevo internada han sido tres médicos ya los que pasaron por mí, los que dicen atenderme, pero sólo asienten cuando les explico mis dudas, mis miedos, mis pesadillas. Sólo están para cumplir sus míseras funciones: traer comida, ropa nueva día tras día, la camisa de fuerza en momentos de arrebato y las dosis de pastillas en sus diferentes momentos del día. Esto es tan aburrido…, por eso he decidido pedir un block de hojas y algo para poder escribir. Tardaron al menos un mes en facilitármelo. Y es que al parecer, tenían el miedo a que tuviese brotes suicidas e intentase arrebatarme la vida con un folio o el bolígrafo, por muy absurdo que parezca, así de precavidos son estos psiquiatras. No digo que al principio se me pasase eso por la cabeza, cuando no sabía que pintaba aquí, cuando todo era tan negro; pero ahora, ahora lo que quiero es poder plasmar lo que me pasa, por si un día salgo, o simplemente, por si un día llega alguien que pueda ordenar tanto caos que tengo en mis pensamientos tan borrosos, por si llega un médico que sepa entenderme y sobre todo, ayudarme. Aunque la espera se me hizo larga, al fin conseguí lo que me propuse, después de tanto insistir en me concediesen el deseo de poder escribir, aquí estoy hoy, contándoos mi triste historia. A veces, me iré sobre las ramas, no os niego que problemas tengo, porque estar aquí es un trastorno emocional. Por eso que, lo siento. A lo mejor es por eso que se cansan tanto los médicos y me dan por un caso perdido, sin arreglo. Pero yo espero que algún día llegue uno y sepa por lo que estoy viviendo. Estoy tan cansada de tomar tantos medicamentos. Pues dicen que así nos dejan contentos. Y como os decía, a mí me dan sueño, y es ahí cuando veo a John, bueno, a su sombra, alejada…