domingo, 23 de noviembre de 2014

— Capítulo 10 —

Pasan los días y sigo sin saber dónde estoy. Todos los días recibo la visita del policía, cuyo nombre aún desconozco, me trae comida, y bebida, lo más extraño es que no me trae mi medicación. Me encuentro completamente alejada a mi yo de antes. Me siento extraña sin tomar tantas pastillas, pero a la vez me siento más libre.
Me gustaría saber si donde estoy es su casa, y es que aún no os he descrito este lugar. No es un manicomio, menos mal. Se trata de una habitación acogedora. La cama es muy cómoda, de hecho, estos días he descansado como en casa. Hay cuadros por las paredes. No muy agradables, son siniestros. Las paredes están pintadas de verde, verde triste, con símbolos, que no sé qué podrán significar. Hay una mesilla de noche al lado de cama. No  quise abrir los cajones. No me gusta ser curiosa. La ventana es enorme, podría levantar por completo la persiana y escaparme, pero no quiero, porque si me escapo puedo terminar de nuevo en el psiquiátrico. Esperaré, esperaré a que el policía hable. Presiento que el otoño se está terminando, eso quiere decir que la navidad se acerca y que mis 21 ya llegaron, no sé cuándo, pero ya llegaron.
Recuerdo cada año, en noviembre, siempre celebrábamos mi cumpleaños. Mamá se ponía muy alegre. Y mi hermana siempre quería comprarme ropa. Mi padre, siempre serio, pero de vez en cuando esbozaba una sonrisa. Les echo de menos. Me siento apagada. Tan sola. Vacía. Ojalá pudiera cerrar los ojos y al abrirles encontrarlos, cantándome ¡cumpleaños feliz!, abrazándome. Ojalá. Pero eso nunca va a pasar. Lágrimas se me escapan, recorren mis mejillas, y caen en mi camiseta. Lo malo de estar aquí es que me siento sucia. Necesito ducharme, al menos en el manicomio no me privaban de eso. Espero que este hombre sea cívico y pronto se dé cuenta de que mi olor corporal no es nada agradable.
En esta habitación hay otra puerta, que no quise saber si estaba abierta, ni a donde daba. Por la que entra él siempre la cierra al salir. También hay un armario, el cual tampoco quise indagar qué guardaba dentro.
No ha de faltar mucho para que llegue de nuevo, y esta vez con la merienda. Yo solo espero que esta vez me diga algo, es lo que espero cada vez que escucho las llaves en el cerrojo de la puerta.

-          Hola Ruth, no sé si te habrás molestado en abrir esa puerta. ―dijo señalando a la puerta de la que hablé― y también el armario y los cajones de la mesilla.―yo simplemente negué con la cabeza.
Al fin, al fin se dignaba a hablarme. Y prosiguió:
-          Detrás de esa puerta tienes tu propio cuarto de baño, con los productos necesarios para tu higiene, tienes un gel, un champú, toallas, un cepillo de dientes con su pasta, y un peine para que cepilles ese cabello que tienes. ― Me sentí aliviada al saber que podría pegarme una ducha. Me salió una sonrisa fugaz.― En el armario tienes ropa, no sé si será tu talla. Y en la mesilla ropa interior. Espero que te agrade.
No sabía si responder o seguir muda.
Se giró y me atreví a preguntarle:
-          ¿Cómo te llamas?
Hubo un pequeño silencio, pensé que no me contestaría, porque se echó a andar y abrió la puerta, fue entonces cuando dijo:
-          Eder.
Se fue.
Sin dudarlo, ni la merienda tomé, fui directa al armario y vi la cantidad de ropa que allí había. Era de mi talla. Y Eder no tenía mal gusto. Cogí un par de prendas, luego ropa interior y me fui a la ducha.
Me di una ducha larga. Incluso me puse a cantar allí dentro.
Me sentí genial al terminar. Me sentí nueva. Como en casa. No sé si era bueno o no. Pero empezaba a sonreír.
Pero a pesar de todo, Eder no me inspiraba confianza. Yo necesitaba saber por qué estoy aquí. Y por qué justo después de haber tenido el primer encuentro con Matt. Algo no encajaba. Como siempre. Y tocaba buscar piezas.
Cuando Eder volviese tenía pensado intentar mantener una conversación con él, en la que todas mis preguntas saldrían a la luz, para ver cuales recibirían respuesta. Por desgracia, me quedé dormida y a la hora de cenar, cuando vino no me percaté. Me dejó la cena y una nota.
“Empiezo a trabajar, estaré menos en casa, te he dejado la puerta abierta, por si quieres hacer comida puedas ir a la cocina y servirte tú sola. O si quieres ver la tele en el salón, o leer un libro. Espero poder confiar en ti y que no me tengas ninguna trampa preparada para cuando vuelvas, o irás de vuelta al psiquiátrico. No falta mucho para que puedas hacerme preguntas y te las vaya respondiendo.
Un saludo.  Eder”
Estaba claro que aquella era su casa, su hogar. Pero ese hogar no transmitía paz. Transmitía soledad. Me sentía libre, pero con miedo. Eder quería transmitirme confianza, pero yo, yo ya no me fío de nadie.

Pienso en Matt. Me encantaría sentir su presencia detrás de mí. Volver a hablar con él. Y verle. Él estaba allí por culpa de John, al igual que yo, y necesitaba saber más.

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