Mi
madre, poco después de nacer Mónica, me contaba cuentos. Y no los típicos para
dormir. No. Me contaba historias. Yo era una cría, pero los entendía todos. Mi
madre hablaba conmigo como si tuviera ya los 15 años, como si supiera de la
vida tanto como ella. Un día me contó que cuando yo nací, debía nacer conmigo
un hermano. Que veníamos dos. Pero que ella nunca supo qué pasó con el otro
bebé. Me contó que ella de joven había tenido muchos problemas, me contó que le
sucedieron cosas que no era capaz de explicarlas con palabras, pero que en su
mirada se veían reflejadas. A veces la escuchaba llorar cuando le daba el biberón
a Mónica, la escuchaba sollozar, y entre sollozos recitaba algo, nunca lograba entenderla por completo, decía algo así como:
‘Tan pequeña es la semilla
del mal, que nunca muere. Yo le oí llorar, y se lo llevaron. Yo le oí llorar, y
desapareció. Pero su sombra no desaparece.’
El
día que escuché eso, no entendí muy bien a que se refería.
Yo
pensaba que mis padres eran una pareja feliz, ambos con sus puestos de
trabajos. Ambos sonrientes. Ambos tan perfectos. Pero ahora creo que todo era
una simple fachada, un muro que crearon para no alertarnos, a nosotras sus
hijas. Pero yo, yo ya vivía en el misterio desde el momento en el que nací, y
ese otro bebé no se vino conmigo.
Ahí
comenzó todo. Pero, a estas alturas, ¿cómo voy a investigar si ese niño nació
con vida? ¿Cómo investigar quién es, dónde está? ¿Cómo? Porque a lo mejor nada
es así.
Por
otra parte, mi padre, mi padre era más frío, pero cuando tenía sus momentos
cariñosos me llevaba de paseo, me compraba chuches, me llevaba al cine y también
me contaba historias.
A
mis 16, cuando me graduaba, me llevó de compras, sí, ¡increíble! Increíble que
un padre vaya con su hija de compras y no sea la madre. De ese día nunca me
olvidaré, y eso que hasta ahora lo tenía apartado de mi memoria, pero esta es
traicionera, y a veces nos hace recordar el más mínimo detalle... Al salir del
centro comercial, una vez en el coche, se sinceró conmigo. Empezó a hablarme y
me dijo:
-
Hija,
te haces mayor, dentro de nada tendrás a muchos chicos a tus pies, queriendo
salir contigo, o simplemente queriendo solo sentir tu cuerpo en su cama.
Yo
me mantenía callada, creo que me debí poner roja, era la primera vez que mi
padre se paraba a hablar conmigo así. Siguió:
-
Y
quiero decirte que tengas mucho cuidado, que no andes sola por las noches. Que
no te dejes engañar por un cualquiera. Que esperes, que al final llegará quien
te haga feliz. Aunque antes quizás te toque sufrir…
Tu
madre y yo… Nos conocimos de casualidad… Tu madre…
La voz de mi padre se
desvaneció, vi como unas lágrimas le recorrían las mejillas. Lo que me iba a
contar debía ser muy duro. Yo nunca me lo
podría esperar. No. Le agarré la mano y le dije:
-
Tranquilo
papá.
- Tu
madre lo pasó mal, quizás no debería ser yo quien te cuente esta historia, pero
sé que tu madre no está lo suficientemente bien como para explicarte todo. De
hecho, cada vez la veo más apagada. Cuando nació Mónica pensé que le brillaría
la mirada. Pero sigue igual… A tu madre… A tu madre…
Me
estaba asustando. No sabía qué le pasaba a mi madre.
-
Papá
termina… Me estás preocupando. Y ahora que lo dices, tienes razón mamá ya no es
tan feliz como antes, mamá me contó cosas que no sé si son ciertas, o no…
-
Abusaron
de tu madre cuando tenía apenas tu edad, quedando embarazada de un niño. Tu
madre por miedo no quiso abortar. Yo la conocí un día en el hospital, se sentó
a mí lado, y me fijé en ella y en su barriguita, ya comenzaba a notarse que
estaba embarazada. Ella reparó en que la estaba viendo, y agachó la mirada, sus
mejillas enrojecieron. Entonces me dispuse a hablar con ella… Y me contó todo. Acabó
llorando. No sé, quizás fue amor a primera vista, pero desde entonces quedé con
ella cada vez que iba al médico. Apenas
le faltaban dos meses para dar a luz, cuando una noche tuvo una pesadilla, en
la cual se despertó alterada y gritando que no quería tener el hijo, que iba a
convertirse en un ser maligno, que iba a ser como su padre. Esa noche no pude
dormir. Yo tenía ya los 19 años, y busqué la forma de que ese niño terminase
con otra familia. Encontré a alguien que quería adoptar un hijo, y mis padres
hicieron lo posible para que al nacer se lo llevasen a esa nueva familia.
Yo
estaba anonadada, no sabía articular ni una palabra. Me recorrían escalofríos
al imaginar toda la situación. No sabía si llorar, si decir algo. Estaba de
piedra. Y mi padre seguía contándome:
-
El
día que tu madre dio a luz los médicos le dijeron que su hijo había nacido sin
vida… Tu madre lo pasó mal al escuchar esas palabras, pero al paso de los días
fue mejor así. No dejaba de tener pesadillas con el bebé y con todo lo negativo
que iba a traer consigo.
Años
después te tuvimos a ti. Y ahí tu madre decía que estaba embarazada de gemelos,
que os sentía, a un niño y a una niña, pero solo nació un bebé, solo naciste tú.
Otro escalofrío recorrió mi
cuerpo. Como si eso fuese una mentira. Como si aún hubiese algo más escondido
detrás de esa historia. Mi padre se quedó callado. Yo cabizbaja, me abrazó, y
entonces arrancó el coche de vuelta a casa. Fue un viaje frío, con dos cuerpos
presentes, pero de almas completamente ausentes, ese día mi mente se perdió. Ese
día sentí miedo. El mismo miedo que estoy sintiendo ahora al recordar, al
encontrar la primera pieza del puzzle.
¿Dónde estará ese hijo que mi
padre quiso arrebatarle a mi madre para no verla sufrir? ¿Sabrá quiénes eran
sus padres biológicos?
Nunca le pregunté a mi padre
a qué familia se lo ‘’regaló’’, nunca le pregunté a mi padre si cogieran al
violador. Nunca le pregunté a mi madre nada de esta historia, porque entendí
que no estaba bien, lo entendí cuando encajé las historias que me contaba de
ese hijo ‘’perdido’’ con la historia de mi padre.
Y ahora que estoy aquí, sólo
tengo preguntas. Y más preguntas…
¿Tendré un hermano gemelo
como decía mi madre? ¿Un gemelo?
No
debe faltar mucho para que llegue el médico, es hora de la comida y de la
sesión de pastillas que me dejan sin ganas de nada. Sigo deseando que algún día
se olviden de mí. De que no me traigan la medicación, y es que sigo pensando
que me afectan demasiado, y me hacen olvidar recuerdos apartados. Ojalá un día
llegue un médico nuevo, con el que pueda mantener una conversación sin que me
acabe ignorando. Ojalá un médico que me escuche de verdad. Y me ayude a buscar
respuestas y no a cerrarme las puertas.
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