Después de haberles dicho eso se quedaron
perplejas, sus caras mostraban una gran incertidumbre. Podía observar como un
gran interrogante les asomaba por sus cabezas.
Antes de que me preguntasen nada, proseguí:
-
No quiero preguntas, sólo quiero que hagáis eso, y
luego os explicaré con más detalle quién es Matt. – Aunque realmente ni yo
sabía muy bien quién era, pero así sabía que ambas quedaban más tranquilas.
-
De acuerdo Ruth, intentaremos encontrar a Matt,
mañana iremos por allí, pero, ¿tú no quieres venir con nosotras? – Preguntó
Eli.
-
No, de momento no, quizás me puedan reconocer, y me
arriesgaría a terminar allí de nuevo. Lo mejor es que le encontréis, y así
podamos obtener información poco a poco.
-
Tienes razón, mejor no ponerte en peligro, que te
queremos en casa. – Dijo Cristie.
La conversación se acabó allí mismo. Yo ya estaba
impaciente porque llegase el día de mañana y por saber si lograban hablar con
Matt.
La tarde fue pasando, sacamos a Chester las tres
juntas, dimos un largo paseo, tan largo que casi nos pilla la noche.
Me fueron enseñando los alrededores, todo era muy
bonito. Pasamos por un colegio, los niños ya habían empezado sus clases, se les veían
contentos al salir, algunos se nos acercaban a acariciar al perro. Me encantaba
ver a los niños felices, entusiasmados. Se notaba que aún eran pequeños e
inocentes, que en sus cabecitas no
rondaban los problemas que van apareciendo a medida que creces. Se notaba que
aún era el primer día de clase, y muchos llevaban sus regalos de los Reyes
Magos para enseñarlos a sus amigos, y presumir de ellos. “Ojalá volver a ser
pequeña”, pensé, o quizás susurré.
-
¿Verdad? Volver a ser pequeños, siempre se quiere
ser pequeño cuando uno es mayor, y ser mayor cuando somos pequeños, porque realmente
no sabemos lo que es ser mayor cuando somos pequeños, y cuando ya somos mayores
y lo comprendemos solo queremos volver atrás y quedarnos ahí, sin problemas,
sin errores, sin dificultades, pequeños e inocentes, felices con poco, llenos
de vida. ¡Qué bonito sería volver a disfrutar esa etapa! – Afirmaba Cristie,
emocionada al ver a tanto pequeño y seguramente imaginando su infancia.
-
Sí, Cristie, ojalá. Ojalá ser pequeña y no saber
nada, no crecer, no llegar a un punto en el que te faltan las personas que más
quieres. Y es que crecemos queriendo ser mayores, y luego, luego nos echamos
las manos a la cabeza por no aprovechar realmente la infancia.
-
Triste pero cierto, chicas. Pero así es la vida,
uno nace para crecer, para vivir, y para morir. Y no hay que pensar en lo que
no va a volver, sino en lo que se tiene día a día. Eso es lo importante.
Las tres esbozamos una sonrisa. Los niños ya se habían
cansado de achuchar al perro, las madres los llamaban para marcharse a casa a
merendar, todos se habían ido, todos menos uno. Seguía a nuestro lado, observándonos.
-
Hola pequeño, ¿y tu mami? ¿No viene a recogerte? – el
niño se quedó callado, cabizbajo. No respondía – No te puedes quedar aquí solo,
¿te acompañamos a casa?
-
Estoy esperando a mi hermanito mayor. – dijo con
voz temblorosa.- pero no sé dónde está, tarda mucho…
-
¿Cuántos añitos tienes?- le preguntó Eli.
-
Tengo 8.
-
¿Quieres que esperemos contigo un poquito a ver si
viene tu hermano a recogerte? – le pregunté sin dudarlo, no quería dejar que
aquel niño se quedase allí solo.
-
Vale… - parecía más tranquilo.
-
Bueno, ¿y cómo te llamas pequeñín?
-
Arthur Junior. – Cuando dijo ese nombre me acordé
de mi gran amigo y mi gran amor de instituto, que también se llamaba Arthur.
-
Qué nombre tan bonito. – sonrío tímidamente. - ¿Te
gusta el perro, Arthur?
-
Sí, es un pitbull muy bonito, a mi hermano le
encantan los pitbull. Cuando lo vea se va a alegrar. – se me aceleró el corazón
cuando dijo que a su hermano le gustaban los pitbull, al Arthur que yo conocía
le apasionaban los pitbulls.
Estuvimos más de 15 minutos esperando, dando
vueltas por el alrededor del colegio con Arthur Junior, le dejamos que llevase él
a Chester, estaba muy emocionado. A medida que paseábamos se veía más
tranquilo. Yo tenía curiosidad por conocer a su hermano, quizás me estaba
ilusionando tontamente, pero algo me decía que aquel chico podría ser el mismo
que yo conocía. De repente el pequeño gritó:
-
¡Arthur! ¡Arthur! ¡¡¡MIIIIIRAAA!!! Estoy paseando
tu perro favorito. – cuando dijo eso empecé a buscar con mi mirada a Arthur,
estaba segura de que tenía que ser él.
-
A. Junior, ¿qué haces? – se acercaba corriendo
hacia el pequeño. – devuelve el perro ahora mismo. – parecía avergonzado, pero
a la vez le brillaban los ojos al ver al perro.
-
¡ARTHUR! ¿Mi Arthur? – no dudé en gritar, en
preguntarle, era él.
-
¡RUTH! Joder, Ruth, ¿estás bien? Te he echado tanto
de menos, he intentado localizarte, he intentado encontrarte, saber en qué
manicomio te habían encerrado, pero mis padres no quisieron ayudarme y me
cerraban las puertas en cada manicomio que iba. ¿Cómo has salido? Me alegro
tanto de volver a verte. Y joder, tienes a mi perro, vuelves y ya te estoy
odiando, eh. Ay, ¡ven aquí! – Me abrazó tan fuerte, me sentí tan feliz. Lloré
de la emoción.
-
Es una larga historia, ya no reconocía a tu
hermanito, ha crecido tanto desde la última vez. Deberíamos quedar un día de
estos, así te explico todo.
Las chicas estaban alucinando ante la situación,
estaban observándonos con una sonrisa un tanto picarona. Y el pequeño estaba
allí, sonriendo.
-
Parejita, se nos va a hacer de noche, que aún es
invierno, y oscurece muy deprisa. – soltó Cristie, para que nos diésemos prisa.
– Dale tu número al chico y que te llame en otro momento, que sino…
-
Sí, será lo mejor, ¿tienes un papel para anotarlo?
-
Tengo yo, Ruth, toma. – me ofreció Arthur Junior.
Apunté el teléfono, se lo di. Quedó en llamarme al
día siguiente. Nos despedimos. Cuando ya nos íbamos me dijo de nuevo:
-
Me alegro volver a verte, en serio, necesitaba
saber qué era de ti, que estabas bien.
Mi corazón se aceleró una vez más, estaba igual de
guapo. Con sus ojos verdes, su pelo brillante. Alto y delgado. Ahora que lo
volví a ver me daba cuenta de que nunca había dejado de quererle.
-
Vamos tonta, que estás enamorada, eh. Como te
brillan los ojitos. – me dio un codazo Eli, se reían ella y la madre. – No te
pongas colorada, mujer, es guapo el chico.
-
No seáis malas. Al llegar a casa os cuento quién
es, os cuento todo sobre él.
-
Pues venga, estamos impacientes por escuchar una
historia de amor, después de tantas malas noticias.
Las tres nos echamos a reír, caminamos hasta casa. Llegamos
agotadas.
Nos sentamos en el sofá, y comenzó a sonar el teléfono
de Eli.
-
¿Peter? Me está llamando mi abogado, eso no es
bueno…
-
Pero calla y coge. – Le ordené.
-
Dime Peter…
-
Eli… - tardó en hablar.
-
Dime, no te quedes callado, ¿ha pasado algo?
-
Sí…, por suerte todo está en orden, pero…