domingo, 25 de enero de 2015

— Capítulo 14 —

Certificado de alta médica:
Nombre del paciente: Erika Clark Gray
Fecha: 03/01/2015 – 12:21h
<<Se autoriza el alta de la paciente para su posterior evolución en un ambiente más propicio para su estado amnésico, favoreciendo así a que recuerde poco a poco su identidad. >>

Bien, allí estaba yo, leyendo el papel que me acaba de entrega Elizabeth, era el alta médica. Como bien había dicho el médico fueron suficientes dos días para que me fuese de allí.
Elizabeth me abrazó, y sentí de nuevo esa conexión especial, de sentirme bien, querida. No sé.

Esos dos días habían sido eternos. El médico me había informado de que mi “hermana” no podría venir a visitarme, que vendría a recogerme el día de mi alta. Estuve sola en aquella habitación. Al marcharse Elizabeth las únicas visitas que recibía eran la de la enfermera 5 veces al día, y la del médico. Mi única compañera era la televisión, aunque no echaban nada interesante, programas basura, telenovelas... Me decidía siempre por los canales de dibujos animados, ¡qué infantil era! Fue ahí, viendo dibujos, cuando me vino una pregunta a la mente ¿qué edad tendría? Me levanté de cama, me dio un mareo, ¡qué oportuno! Llevando tanto tiempo ahí tirada, normal. Fue directa al baño, necesitaba verme al espejo, ver qué rostro se iba a reflejar en aquel espejo, conocerme.
Me asombré. Cerré los ojos y un flash me vino a la cabeza, llorando me secaba las lágrimas en frente de un espejo mientras alguien al otro lado de la puerta decía mi nombre y preguntaba si estaba bien, ese recuerdo no me ayudaba a nada. De nuevo abrí los ojos y me seguí observando.
Estaba muy delgada, algo pálida quizá, tenía el pelo muy largo y negro, pero sin vida, necesitaba tratarlo bien para que brillase con fuerza. Tenía los ojos hundidos, apagados, a pesar de ser verdes. Cuando saliese de allí necesitaba cortarme el pelo, cuidarlo, y ganar peso, no me gustaba que se me noten los huesos, y poco me faltaba.
Dormí mucho esos días, hasta que al fin fue cuando Elizabeth llegó.


Cogimos el ascensor y bajamos. Una vez fuera del hospital ella comenzó a hablar.
-          Vamos al coche, te llevaré a mi casa. Me ha costado mucho conseguirte tu nueva identidad… Espero que logres recuperar la memoria y saber quién eres, yo sé parte de tu pasado, pero no sirve de nada si tú no lo consigues recordar.
-          Elizabeth, no sé quién eres, pero gracias.―necesité agradecerle lo que hacía por mí, no sabía exactamente el porqué, pero lo hice.
-          Llámame Eli, o incluso si quieres, llámame hermana.
-          Me gustaría darme una ducha reparadora, estar en el hospital no es nada agradable.
-          Ruth, no te preocupes, vamos al supermercado que queda de camino a mi apartamento, haremos la compra necesaria y al llegar a casa podrás relajarte, allí tendrás lo que necesites. Y con los días intentaremos que vayas recordando algo.―me esbozó esa sonrisa brillante, era encantadora.
No tardamos mucho en llegar al coche, nos metimos dentro y arrancó. Encendió la radio y puso un CD. Música  de todo estilo, pero lo que más sonaba era pop.
De camino al supermercado no iniciamos conversación. Me puse a ver por la ventana aquel bonito paisaje. Hacía buen día. El sol brillaba, a pesar de estar a principios de enero, pero no calentaba. A los 20min llegamos.
-          Allá vamos, si te pregunta alguien tu nombre recuerda que eres Erika. Del resto ya me encargo yo.
-          Pero…―tenía la misma duda que me surgiera en el hospital.―Eli, ¿cuántos años tengo? Por si alguien pregunta…
-          Ah, perdona que no te lo haya dicho todavía. 21, cumplidos en noviembre, el 24. Y yo tengo 27.―sonrió, como siempre.
Ya no respondí, simplemente le devolví la sonrisa asintiendo.
Se notaba que estábamos en unas fechas muy señaladas. Los padres apresurados y agobiados comprando regalos para sus hijos, para los peques de casa. Se acercaba el día que tanto esperan, los Reyes Magos. Quedé sorprendida con la cantidad de personas que allí había.
-          Bien, Erika, ¿quieres comprar algo en especial? ¿Algo de comer que quieras? ¿Ropa? ¿Accesorios de baño?―ella quitó su cartera y la meneó, no se escuchó el ruido de las monedas bailando.―la cartera está llena, aunque no suene. Asique, hoy es tu día, hermana, vamos allá.
-          Pero Eli, yo…―no me dio tiempo a decir nada más, me agarró la mano y como dos niñas pequeñas nos sumergimos en cada pasillo, comprando de todo.
 Compramos comida para varios días, compramos dulce, mucho dulce. Nos perdimos entre champús, colonias y demás. Me aconsejó en muchas cosas, comentándome qué champú era el mejor para mi pelo. Con la ropa igual. Compramos zumos, de todos los tipos que nos gustasen. Aquel día me sentí muy afortunada de acabar en el camino de Elizabeth.
-          Y para celebrar tu regreso, que no falte una botella de alcohol.
Las dos nos echamos a reír como dos tontas, la gente debía quedar asustada. Allá fuimos, al pasillo de las bebidas alcohólicas. Me dejó escoger a mí, y opté por algo simple, señalé la botella de crema de orujo y ella cogió dos y susurró:
-          Por si no es suficiente.
Las colas eran tremendas, lo que tardamos en comprar todo aquello, lo tardamos esperando en la cola.
Llegamos cargadas de bolsas al coche, llenamos el maletero y la parte de atrás. Era increíble, ese día debió gastar mucho dinero, y no le importó.
Pasaron 20 minutos en coche y llegamos a su casa. Era un bonito apartamento, amplio, muy luminoso, de dos plantas. Las escaleras que llegaban a la segunda planta eran en forma de caracol. Arriba se venían tres puertas. Abajo se veía el comedor, enorme. Y una cocina. Estaba anonada.
-          Ruth, ¿recuerdas algo?―me preguntó como si yo ya conociese el lugar.
Me sentí mal, me gustaría poder recordar algo, pero no era así.
Negué con la cabeza, y la agaché. Dejé las bolsas que traía en el suelo. Por un momento quería romper a llorar. Pero se  acercó a mí y me abrazó.
-          Tranquila pequeña, poco a poco. No te desanimes. Estoy segura de que conseguirás recordarlo todo.
En sus brazos me sentía como una niña pequeña. Su calor era reconfortante.
-          Vamos allá, antes de nada dejaremos todo lo de la cocina en su sitio. Luego te mostraré la casa. Y que te quede claro, mi casa es tu casa. Puedes comer a la hora que se te antoje, puedes pasear cuando quieras. Ver la tele en el momento que más rabia te dé. Puedes despertarme en plena madrugada si es necesario. ¿Me has entendido?
-          Pero…
-          No pongas peros, las cosas son así y no hay nada más que hablar. ¿Entendido o no?
-          Sí…―no lo dije muy convencida, me iba costar amoldarme a esto, pero era espectacular.
Como bien dijo Eli, fuimos a la cocina y allí ordenamos todo. Llenamos la nevera al completo, y el congelador más de lo mismo. Me mostró cómo funcionaban los electrodomésticos y después me enseñó la planta en la que estábamos.
-          Este es el salón, como ya pudiste ver al entrar.
Así era, al entrar por la puerta había como un pequeño recibidor, que daba a un enorme salón, que daba a un pasillo. A un lado de este estaba la cocina, también enorme. Siguiendo en el pasillo había una habitación, de tamaño reducido.
-          Aquí es donde yo planchó la ropa y donde guardaremos los productos de limpieza.
Eso hicimos, cogimos la bolsa con estos y los fuimos colocando en aquella salita.
Siguiendo había un baño, algo pequeño. Y al final del pasillo una puerta que daba al exterior. Un jardín, con bonitas flores, un par de árboles y una caseta de perro.
-          Para el próximo verano tendremos piscina montada.―dijo.
No sé por qué, pero me alegré, sonaba apetecible. Y había espacio para una gran piscina.
Iba a preguntar si tenía mascota, cuando de repente ya tomó ella la palabra:
-          Tengo un perro Erika. Un pitbull, se llama Chester, pero no sabía si te gustan los perros y está en casa de mis padres.
-          Me encantan los animales.―dije sin dudarlo.
-          Pues mañana estará de vuelta. Bueno, ahora sigamos con la ruta turística por mi apartamento.―lo dijo entre carcajadas
Nos dirigimos a las escaleras. Ella iba delante, pero entonces dijo
-          Sujétate bien, son peligrosas, yo iré detrás.―cuando dijo eso recordé algo.

Recordé que si perdí mi memoria fue por una caída, fue porque me caí de unas escaleras. Similares a esas. Una sirena de policía invadía mi cabeza. Un mareo rondó mi cuerpo. Me sujeté a la barandilla y Eli me agarró el brazo…

sábado, 24 de enero de 2015

— Capítulo 13 —

Abro los ojos y me encuentro en una habitación, en una camilla. Olía a tristeza. A enfermedad. Olía a desesperación por salir de allí, por volver a casa.
Se oían lloros, y gritos.
Vi mi muñeca. Una pulsera la rodeaba.
Pi, pi, pi.
Pude escuchar que la melodía de mi corazón en el cardiograma se aceleraba, no recuerdo nada. No sé quién soy, ni que ha pasado. Y mucho menos qué hacía en un hospital. Sola.
Giré la pulsera de la muñeca con el propósito de conocer mi identidad, y ver si así lograba al menos saber quién era.
―Erika Clark. Amnesia psicogénica. 24/12/2014.―
No. No podía ser cierto. Ese nombre no me recordaba a nada. No. Amnesia psicogénica, menuda palabra. ¿Qué era eso de psicogénica? ¿No iba a recuperar la memoria  nunca?
Me empecé a alterar, me puse nerviosa. Comencé a tener sudoraciones. Me sentí fatal. Mareos se apoderaban de mí. Necesitaba saber qué problema tenía. Si me iba a curar, y necesitaba saberlo ya. No sabía si gritar en busca de ayuda, o si intentar calmarme y esperar a que alguien llegase.
¿Llevaba allí desde nochebuena? ¿A qué día estaría entonces?
Quiero recordarlo todo pero soy incapaz.
Silencio. Solo mi respiración entrecortada invadía aquella habitación. Y es que al lado de mi cama había otra, pero estaba vacía. Completamente vacía. Como yo me sentía allí.
Yo no era Erika Clark. Algo en mi interior me lo decía. Pero no lograba transportarme al pasado y así recordar, recordar lo que fuese.
El silencio me estaba asustando.
De repente la puerta se abrió, un hombre de bata blanca, alto, no muy delgado, con una barba de una semana, unas gafas colgadas al cuello, y una calva que insinuaba su elevada edad entró observando unas hojas que traía en la mano, supongo que mi diagnóstico. No sé. Era cuestión de segundos saberlo.
Esperé a que fuese él quien comenzase a hablar.
- Buenos días, ¿Erika Clark? ¿Es ese su nombre?―frunció el entrecejo.
- Supongo. Es lo que marca esta pulsera tan molesta.―estaba indignada, y es que quería saberlo todo, era demasiado impaciente.
- De acuerdo, está pasando lo que nos temíamos…―se calló unos segundos, como si estuviera esperando que yo dirigía alguna palabra, pero no fue así. Simplemente esperé que retomase la conversación ― Erika, ha sufrido usted una caída grave, produciéndole un traumatismo en el cráneo, lo que ha conllevado a una amnesia psicogénica.
- Por favor, explíquese mejor.―necesitaba saber qué me pasaba.
-No hay nada que explicar, la amnesia psicogénica es el resultado de un daño directo al cerebro, produciéndose la dicha enfermedad. Aún no podemos confirmar si es global, o postraumática, lo que quiere decir que no podemos diagnosticar si usted ha perdido la memoria totalmente o si puede ir recordando a medida que avance en el tiempo.
Me eché a llorar, no pude gesticular palabra alguna. Joder. No sabía ni siquiera si mi nombre era ese, si era otro. No sabía si tenía familia, no sabía nada. Una gran laguna tapaba todo mi pasado, todos mis recuerdos y solo sentí rabia, impotencia y mucho dolor.
El médico se fue sin decir nada. No me gustó.
Entre tantas lágrimas llegó una chica a mi lado. Ni me diera cuenta de que alguien había llegado hasta que me sujetó la mano y me dijo:
-Tranquila, Ruth.―me sorprendí. Algo se accionó en mí, ese nombre, ese sí debía ser mi nombre, Ruth.
Me dio un pañuelo, esperó a que me secase las lágrimas, y entonces me esbozó una sonrisa, yo se la devolví. Esa chica, esa chica la había visto antes, en algún sitio.
-Te debo llamar Erika, es una larga historia, la cual no puedo contarte en este lugar. Solo te pido que confíes en mí, yo te llevaré a casa, y allí, allí te contaré todo lo que sé.
Iba a cortar su conversación pero no me dejó, en el momento que me digné en abrir la boca para soltar por ella una palabra, alzó su mano y me la puso en la boca, susurrando un shhhh.
-Para los médicos somos hermanas. Si no te encuentran ningún problema más quizá estés fuera en dos días.
Entonces entró una enfermera, traía en sus manos una bandeja con el desayuno. Y con una sonrisa brillante dijo:
-Buenos días Erika, me alegró que al fin haya despertado, le traigo su desayuno, espero que le agrade y se mejore pronto señorita. Y feliz año nuevo.

Entonces algo me quedó claro, llevaba desde nochebuena allí, y había vuelto en mí el día 1 de un nuevo año. Tenía muchas preguntas, esa chica tenía las respuestas, pero sabía que debía ser paciente.
- ¿Cómo te llamas?―necesitaba al menos saber eso.
- Elizabeth.―Me besó la frente, le sonreí, me sentí querida. Y en ese momento supe qué hacía mucho que no me sentía así.―Debo irme, tengo cosas que hacer, las cuales te contaré cuando estés de regreso a casa. Te quiero Erika―me guiñó un ojo y meneó la cabeza señalando a la puerta, había entendido su indirecta.
A los 5 segundos entró el médico, se despidió de la que decía ser mi hermana y lo que le dijo me agradó:
- Su hermana no presenta signos de que no vaya a recuperar la memoria, en un par de días podrá regresar a casa, allí tendrá más posibilidades de ir recordando cosas poco a poco.
- De acuerdo doctor, me debo ir. Estaré aquí de nuevo mañana.

Aunque no recordase nada, algo ya sabía. Elizabeth quería sacarme de allí, mi nombre no era Erika, era Ruth. Pero eso era demasiado poco.
Me iban a esperar dos días eternos, lo suponía, pues cuanto más rápido queremos que pase el tiempo, más lento se nos hace.


Y así fue.