miércoles, 26 de noviembre de 2014

— Capítulo 11 —

No sé qué ostia estoy haciendo. No sé por qué no la maté a ella también. No sé. ¿Por qué esa niñata me hizo sentir tan débil el día que me crucé con ella? ¿Por qué no tuve el valor de matarla junta a su familia?
Ahora sólo sé que la tengo en mi casa, apartada del mundo entero, aunque ya lo estaba antes. Pero por mi bien, lo mejor es tenerla cerca, desorientarla más, hacer que pierda la cabeza por completo, y que nunca se interese por saber quién era el paciente con el que estuvo aquella noche, Matt.
A veces siento el deseo de besarla. De quitarle la poca ropa que lleva y hacerla mía. Siento la necesidad de hacerla gemir, de sentir su cuerpo rozando el mío.
A veces creo que llevo los genes de mi padre en cada parte de mi cuerpo. Abusador. Violador. Psicópata. Pero no, no quiero, mejor dicho, no puedo hacerle daño, soy incapaz y eso me revienta, porque debí haberlo hecho en su momento y así no me daría más problemas.
Quizás el que acabe demente sea yo. Mi vida se basa en dos identidades que a veces confundo, a veces me creo las mentiras que le voy a contar a Ruth.
A veces no sé si soy John, o si soy Eder. Sé que soy un asesino, con ganas de más. John. Pero que también sé que soy alguien indefenso cuando ve a Ruth, esa muchacha con la que comparto sangre. Eder.
Nadie conoce mi yo oscuro, y siendo un policía aún menos. Todos me conocen como Eder. Mis padres llegaron a desconfiar de mí cuando se produjo el asesinato de la familia. Pero desistieron cuando en las noticias afirmaban una y otra vez que la hija era esquizofrénica, cosa que fue tergiversada.
No sé qué opinará Ruth de todo lo que ha sucedido en su vida estos últimos días, no sé si quiere saber quién era Matt, no sé qué opina de mí. La he puesto a prueba. La dejaré en casa varios días, a ella sola. Y a mi llegada me sentaré a su lado y comenzaré a escuchar todas sus preguntas. Me convertiré en su aliado. Porque no quiero que desconfíe de mí, en ningún instante. Me portaré como su hermano, paradójico, pero lo haré.











Joder, los días pasan y aquí no aparece Eder. Comienzo a cansarme. Me gustaría poder salir y hacer una compra. La comida no es que me desagrade, pero tampoco es de mi mayor agrado. Me siento incluso más sola que en el manicomio, y esto es preocupante.
Esta casa es enorme, pero sombría. Aterradora. Por las noches las ventanas se agitan con el viento. El techo hace ruidos, y si me levanto de madrugada es suelo chirría, como si estuvieses matando a alguien. Parece esa típica casa sacada de las pelis de terror, que a mí tanto me gustaban, pero que empiezo a sentirles pavor.
Está rodeada de árboles, enormes, que no dejan de moverse, y las ramas azotan en la ventana de mi habitación. Me siento como una niña pequeña, con ganas de salir corriendo de mi cama y meterme en la de mis padres, pero no están, ni ellos, ni nadie.
Desolada. Perdida. Desconsolada.
No sé ni cómo me siento.
Sigo echando de menos a Matt, y eso que sólo fue una noche en la que compartimos minutos.
Ojalá fuera él quién me trajo aquí y no Eder. No me gusta esto.
¿Y si no regresa? ¿Y si me ha traído aquí para que nadie me encuentre? ¿Y si me ha traído aquí para dejarme completamente sola y dejarme morir con los días?
Atemorizada. Atormentada.
Miles de preguntas circulan por mi mente, ¡demasiado típico!
Hay un calendario en la cocina, pero por desgracia no sé a qué día estamos.
Sé que las horas pasan, las puedo contar, por primera vez me puedo orientar por completo. Puedo despertarme de madrugada y saber qué hora es. El tic-tac del reloj que hay en el medio del pasillo me dice a qué hora estamos.
Estoy deseando que aparezca Eder, porque sé que nadie más va a aparecer.
Cuando regrese le voy a pedir chocolate. Que es lo que más echo de menos desde que estoy encerrada.
Todos los días observo el cielo, de día o de noche. Los aviones que pasan, tan rápidos. Los pájaros que vuelan tan libres, y las estrellas, a veces fugaces. La luna que me quiere decir algo que no logro entender. Joder. ¿Dónde estará mi salvación? ¿Encontraré a John? Si algún día lo tuviese delante no sé qué haría, seguramente meterle en un manicomio, peor que el mío, y que sepa cómo me sentí yo.

Estaba en el salón cuando de repente alguien timbró. Bajé el volumen de la tele. Se me pusieron los pelos de punta, no creo que fuese Eder, yo no podría abrirle. No me moví del sillón. Esperé. En un corto silencio de nuevo ¡tilín,tilín!, el timbre, dos veces, más intensas. Me puse en pie, de cuclillas caminé hacia la entrada, intentando hacer el menor ruido.
ZAS. Tropecé contra un jarrón, casi lo tiro, la persona que estaba fuera debió escucharme. ¡Tilín, tilín, tiliiiín! Insistía.
Conseguí llegar a la puerta sin más percances. Vi por la mirilla. Era una chica, aparentaba un poco más edad que yo, quizás 25. Pero las apariencias siempre engañan… De hecho, cuando vi por primera vez al policía aparentaba también poca edad, pero ahora pude observar que debe tener más edad, bastante más.
Me quedé allí, viendo a la chica, desesperada por que alguien le abriese… Yo no podía. Y no debería decir nada. No sabía quién era, si me ayudaría en algo, si conocía a Eder…
Iba a decir algo, se giró. No pude oírla. Se iba a ir. Pero rectificó y volvió a timbrar por última vez y gritó:
-          JODER. Imbécil, abre la puerta. Déjame ver a la chica. Ya está bien.
Me asombré, me aparté de la puerta. Un temblor recorrió mi cuerpo.
Entonces escuché como un coche aparcaba.
-          Elizabeth, lárgate de mi casa. Aquí no pintas nada.
Cuando me asomé de nuevo por la mirilla estaba Eder agarrándola por un brazo y apartándola de la entrada.
Mantuvieron una conversación, pero no logré descifrar nada. Ella tenía cara de preocupada y la vez de asustada. Él venía serio, demasiado, y quizás enfurecido al verla allí.

Eché a correr para el piso de arriba antes de que entrase en casa. Llegué a mi habitación y me tiré en cama. Me puse a leer un libro para disimular mientras él no aparecía.

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